La sal, como ya hemos comentado, resultaba imprescindible
desde tiempos remotos de la historia de Roma, puesto que arrastraba una
tradición prehistórica. Así pues, no sólo es de entender los diferentes usos a
los que respondió la sal, así como su importancia ritual, sino que, además, es
comprensible que la producción y comercio de este compuesto químico sirviese
para que las élites urbanas se enriqueciesen.
En la etapa republicana, el Estado romano se ocupaba
atentamente del “negocio” de la sal, de tal manera que alquilaba los derechos
del control sobre la sal a grupos de publicanos, es decir, arrendadores de los
impuestos o rentas públicas y de las minas del Estado, en la antigua Roma. A
través de dicho alquiler, el grupo arrendado podía obtener, distribuir y vender
la sal a cambio de un pago fijo por año, destinado a las arcas públicas.
En época imperial, el Estado fue más dúctil, permitiendo la
explotación de algunas salinas a las ciudades y las de otras a particulares
(conocidos como conductores) en
régimen de arrendamiento.
No obstante, el Estado no sólo se centró en la búsqueda de
beneficios propios que le proporcionara la sal, sino que intentó garantizar el
equilibrio necesario para atender las necesidades de la población, de tal modo
que no se produjese la ruina de los arrendatarios de las explotaciones
salineras, de lo cuales recibía beneficios. Además, al igual que pasa en
nuestro presente occidental, al Estado le interesa más mantener tranquila a la
población, y empoderarse mediante uno de los productos principales no iba a
ayudarle.
Este equilibrio se alcanzó, sobre todo, en época tardía,
donde encontramos en el Edicto de los emperadores Diocleciano y Valerio Máximo
una serie de consideraciones políticas, que hoy diríamos políticamente
correctas (como son, por ejemplo: los
emperadores velan por el bienestar de los ciudadanos, ayudan a los necesitados…).
Tras estas atentas declaraciones de intenciones, se sitúa una lista de precios
máximos fijados de diferentes productos, entre los que se encuentra la sal (CIL III, páginas 2208-2209).
Siguiendo con este recalcado interés por parte del Estado de
mantener el equilibrio, o como más bien parece, de mantenerse poderoso, existía
una preocupación imperial por evitar la competencia desleal que podía terminar
con la ruina de los que habían contratado con el Estado la explotación de los
beneficios que proporcionaban la sal. Como bien sabemos, el comercio ha sido
siempre una potente fuente de enriquecimiento. Esto se demuestra si observamos
casos como el del liberto Tiberio Claudio Dócimo (siglo I d.C). Un liberto era
un esclavo al que se le concedía la libertad y, en el caso de Tiberio,
consiguió además beneficiarse enormemente vendiendo pescado en sal y un tipo de
vino especial importado de Mauritania. Este liberto consiguió levantar un
monumento sepulcral en Roma para él y su familia.
Como bien nos informan las fuentes escritas, dentro del
“negocio” de la sal, el más fructuoso resultaba ser el de la industria de
salazones de pescado, la cual deja un amplio registro arqueológico, por lo que,
además, obtenemos más información. No obstante, la explotación de salinas y la
distribución de la sal proporcionaban bastante más beneficio puesto que eran la
base del resto de la producción salinera.
Gracias a este amplio registro arqueológico podemos
identificar la forma de vida de los personajes que consiguieron enriquecerse
mediante el control de la sal, salvando sus deberes con el Estado. Podemos
saber que participaban en la vida social de las ciudades costeando juegos, espectáculos
y monumentos públicos. Pero esto es una trampa, pues aunque se mantenga ante
nuestros ojos como un autentico reflejo de una serie de actividades, es muy
difícil verificar la relación arqueológica de determinados personajes con los
beneficios económicos de la sal.
Para finalizar, cabe destacar, una hipótesis sugerida por
Julio Mangas y Mª del Rosario Hernando (Mangas & Hernando, 2011) . Según los autores,
la relación existente entre los libertos y las cupae romanas (un tipo de
monumento funerario), o cuba, que eran utilizados como transporte de vino,
aceite, pescado o, como proponen, para sal también. De esta manera, encontramos
otra hipótesis que dota de un sentido ritual a la sal, que es, no obstante, extremadamente
pobre.
Cupa structilis del siglo I-II d.C. Imagen tomada en Esplugues de Llobregat (Barcelona) el 18 de agosto de 2010 . |
Firmado por:
Laura Pascual Fenrández
Bibliografía
García Vargas, E., & Martínez Maganto, J. (2006).
La sal de la Bética romana. Algunas notas sobre su producción y comercio. Habis
37 , 253-274.
Mangas, J., &
Hernando, M. d. (2011). La sal en la Hispania Romana. Madrid: Cuadernos
de Historia.
Vilá i Valentí, J.
(1954). Notas sobre la antigua producción y comercio de sal en el Mediterráneo
Occidental. I Congreso de Arqueología de Marruecos Español, (págs.
225-234). Tetuán.
http://www.djibnet.com/photo/via+sepulcralis/cupa-structilis-5470773452.html
muy interesante el tema, y todo muy bien redactado, solo me ha surgido una duda ¿porque la hipótesis de la que hablas al final es extremadamente pobre? un saludo
ResponderEliminar- Eduardo Matas
Gracias, Edu. Pues considero que es pobre porque no se basan en ningún dato potente, es una especulación de los autores que a mí me pareció interesante, pero creo que precisa de cierto estudio. Y, por otro lado, estuve buscando más información, por si alguien sugería lo mismo... y no encontré nada :(
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